Capítulo 1: El último clérigo
La confianza es como un espejo, una vez rota, no se podrá reparar jamás.
“Aquellas cosas que lo cambia todo”
Hace varios años en el pasado de Thundera
-Esto no es gracioso Pamhela, no lo es.
-No me importa lo que pienses molestia con patas, ve a morirte a alguna otra aparte, quiero esta sola. La chica de una corta y lacia cabellera pelirroja le dio la espalda y se cubrió con una sábana blanca de encajes dorados.
-Creí que eras mi amiga.
-Eres un verdadero idiota, a nadie le importas un carajo. Ella habló en una voz monótonamente baja. –La única razón por la que ellos fingen ser tus amigos es por una orden.
-¡No es verdad! ¡Mientes! La chica se giró y con unos ojos vacíos e inexpresivos habló con suma mordacidad.
-Incluso tu padre no te soporta, lo veo en sus ojos, él te detesta tanto como el resto, tanto como yo.
Su respiración era agitada con un dolor que les escocía el pecho y bajaba a su estómago.
-Si tú no existieras, si tan sólo fuera Tygra, lo haría sin ninguna duda, pero ni siquiera me mira y yo tengo que fingir, ahora ya no importa, estoy arruinada gracias a tí, espero que sufras por esta humillación. Haciendo una rabieta, la chica se cubrió nuevamente con la sábana que apenas cubrían sus largas piernas.
-Eres muy cruel, yo te he tratado como un amigo cercano desde un principio.
-¿Amigos cercano dices? La chica se levantó con enojo del camastro empujando al adolecente cuya cabellera larga y rojiza le caía por los hombros, no era demasiado fuerte, ella en cambio era vital, sin problema alguno lo arrinconó contra la pared aplastándole de los hombros. –Nadie en este maldito lugar es tu amigo enano, yo… estoy obligada por mi padre ¿sabes lo que es eso?, lo que es no tener la libertad de elegir, me rio de tu amistad.
-¿Por qué me odias tanto? Nunca he hecho nada… Pamhela le dio una potente bofetada derrumbándole aparatosamente en el suelo.
-No te atrevas… siguiéndote todo el tiempo, tolerando tus “rarezas”, teniendo que fingir una sonrisa que no siento, ser la amiga ¡no solo eso!, sino la prometida de tu imaginación, no sabes la vergüenza que siento al estar con mis amigos, el rechazo social que me produce estar cerca de ti, ser tu niñera.
-Pero ellos nunca han sido malos con nosotros, son nuestros amigos.
-¿Nuestros amigos? Pequeño, pequeño tonto, no tus amigos… son como yo, obligados a tolerarte, a sonreírte, ellos no tienen opción, eran mis amigos y ahora… ahora son enviados por sus padres a servirte, a servir a nuestro pobre y débil futuro rey.
-No lo sabía, lo juro.
-Lárgate. Dijo en una voz apenas audible con esa mirada poseída por el odio. -¡Lárgate! Y agarrándole del brazo ella le sacó del cuarto de castigo y cerró la puerta de un portazo.
Quería decir un argumento a su favor, un argumento que cambiara las cosas, iba a darle una buena noticia, iba a decir que gracias a su intervención, gracias a un gesto noble de su parte, ella no tendría que irse de su lado, que él la perdonaba.
De rodillas en el suelo, siendo observado por un soldado, ese mismo soldado que le trataba cortésmente o se detenía a saludarlo, a bromear con él y Pamhela, esa vez no lo hizo, parte de una actuación, un deber, al que chico había despertado, y entonces ya no había más necesidad de hacerlo.
Se quedó unos momentos en el suelo, hasta que ella pateó su puerta para que se marchara de una buena vez, entendiendo que seguía en ese lugar.
El resto de la noche fue una espera horrible por el siguiente día, su vida había dado un giro imprevisto, se partía la cabeza de pensar lo que sucedía realmente a sus espaldas, eso lo había cambiado todo.
Tal vez fue por el tono de su voz o la manera en que se comportó, que el consejero del rey no le dijo nada cuando este le solicitó su ayuda para evitar que su padre tomara acciones por la grave ofensa de Pamhela.
La delicada situación no había sido comunicada al padre de esta, pero la gente especulaba, el movimiento de tropas se incrementó a tal punto que perturbó a los señores feudales, miembros de la corte y de la familia real, que se vieron presionados por los rumores de un grave incidente que podría acarrear una sangrienta purga.
Asociar, unir puntos, era una profesión en la corte real, nadie abría la boca, aunque todos y cada uno de ellos preparaban sus salvaguardas.
Con los primeros rayos del Sol, no se detuvo a saludar a la guardia como siempre hacía, no pasó a visitar a sus supuestos amigos, el guardia negó con la cabeza a su otro compañero cuando este asumió su usual actuación cercana.
Pamhela no se había levantado, pero cuando lo hizo no había ningún molesto chiquillo esperando por ella con una rosa. Se observaba intranquila, esperaba poder desahogarse con sus amigos, esos amigos que se veían obligados a fingir, ninguno, ni siquiera el más rezagado en la escala social se atrevió a cruzarse con ella, y eso le brindó la experiencia más terrorífica de toda su vida.
Si Lion-O pasó un infierno esos días, la felina comenzó su calvario de paranoias cuando se dio cuenta de lo que se armaba a su alrededor; pronto su padre lo sabría, la noticia de que una de las aspirantes a convertirse en esposa de uno de los príncipes, había sido defenestrada de la corte por una ofensa contra el rey, precisamente aquella que por su amistad con uno de los príncipes había sido la candidata más probable a convertirse en su esposa y futura reina del imperio thunderiano.
Pamhela siempre detestó tener que ser la prometida de un pequeño y débil león, en cambio, si hubiese sido la prometida de su hermano, de mil amores se postraría a sus pies agradecida, esos días llegó a reconsiderar su decisión y la manera en que se enemistó con el único que le seguía como un perrito faldero de un lado a otro.
-¡Miren! allí va nuestra orgullosa “reina”, dijo abiertamente una de las hijas de una de las tantas damas de la corte al pasar a su lado. Su madre le corrigió, aunque fue sumamente indulgente con el desliz de su hija, como muchas otras damas de la corte que le dirigieron burlas más discretas.
-¿Es que ya dejan entrar a mestizas a la corte? Otra dama se aventuró a decir.
-La magia de los clérigos es tan grandiosa, mira como tornan a curiosa pueblerina en una “furiosa” leona real, si tan solo arreglaran el defecto de los ojos… una pena.
-Ji, ji. Se reían con mucha discreción, eran mordaces e hirientes con sus gestos refinados, como si ella no perteneciese a ese círculo lleno de halagos y promesas vacías.
Huyó de ese sitio y se refugió en su cuarto, manchando su precioso vestido blanco con la tierra del patio mojado, le habían expulsado sin apenas mover una ceja, Lion-O no dejaba de observarle, no dejaba de ver como la chica que por un lado le negaba toda posibilidad de amistad, a su ver era una persona engañada, ciega ante su propia situación, sin ver los intereses montados en torno a ella.
El castillo de naipes se derrumbaba para Pamhela, la orgullosa leona que una vez se dio el lujo de rechazar a un futuro rey, Jaga que veía como el príncipe le torturaba, no se opuso a que continuara, pues finalmente Lion-O compartió la pena de verle en aquella situación, sin obtener la menor satisfacción.
Con el paso de las semanas todo parecía como antes y Pamhela ya completamente desentendida de esa paranoia que sintió, volvió a su rutina habitual. La corte parecía haber superado el traspié y aunque el rey no pasó por alto la ofensa, por alguna razón no hizo nada al respecto.
Aunque el rey estuvo muy enojado en un principio, parecía que en efecto, mediante su súplica a Jaga, Lion-O había conseguido que no hubiera ninguna represalia. Nada más lejos de la realidad, como descubriría tiempo después.
Ajeno a estos problemas, el príncipe Tygra regresaba con los cadetes, y todo mundo parecía recibirle como el héroe de una gesta heroica, Pamhela se encontraba con sus “inseparables” amigas de la corte, le sonreía orgullosa, ajena a lo pasado, ajena a él, eso agrió su corazón que se llenó de celos y un odio puro que le quemaba las entrañas.
Para colmo, el general Lynx-O le dijo que al ser tan pequeño, ellos harían una excepción con él permitiendo integrarse a sus filas, el general no intentaba ser cruel, pero si ahorrarle una mala experiencia, por lo que se desistió, su padre no hizo el menor intento por corregir a su general.
Lo más duro era ver lo orgulloso que su padre biológico se sentía de su hijo adoptivo.
Es su ingenuidad esperó por la disculpa de Pamhela, esperó por un gesto amable que recompusiera su relación, se la pasaba en su cuarto y de allí Jaga le llevaba a la sala de estudio, distraído y apático, se aburría entrenando esgrima con un viejo felino que con poca fuerza respondía a sus lances, con un anticuado estilo muy distinto al intenso entrenamiento que el general Jaga daba a la élite de sus soldados, entre los que se encontraba su hermano.
Regresaba a su cuarto para meditar las palabras de la que creía su inseparable amiga, no podía concebir ese rechazo tan profundo que ella tenía por él, dos días pasaron y cada vez que Jaga venía por a él para las diversas actividades del día, decía que estaba indispuesto.
El médico de la corte lo visitó y al ver sus ojos deprimidos y sin vida, únicamente le recomendó reposo, pues la debilidad del chico comenzó a desarrollarla desde su décimo cumpleaños.
Nadie fue a verle en los días posteriores, tal vez, al advertirle tan enfermo, pensó que ella se preciaría a hacerle una visita, sólo una palabra y todo volvería a la normalidad. Pero nada, se cansó de estar en cama y se levantó, dándose cuenta que ya le esperaba uno de sus maestros.
Estaba completamente distraído, así que al final, viendo su angustia, el maestro fue paciente con él y le permitió que regresara a su cuarto.
Comenzó a considerar la posibilidad de que era el único culpable de lo que pasaba, eso le llevó a la idea de que debía ser el primero que ofreciera una disculpa, posiblemente ella esperaba precisamente eso y sin saberlo, él estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua por estar encerrado en su cuarto. Con ese pensamiento se lleno de esperanza, era después de todo alguien enamorado que no conocía de límites, ni de lógica.
Escapando de la vigilancia de la guardia, se salió por una de las ventanas, dirigiéndose, ya en el suelo, a los largos patios donde la corte real se asentaba, al lado las construcciones dedicadas al reposo y entretenimiento de sus infantes.
Lo que encontró le partió el corazón, no existía esa chica que le esperaba arrepentida, esa chica con quien fantaseó, dispuesta a trabajar en una amistad rota.
Ese felino era uno de los hijos de los señores feudales, era alto y guapo, el típico chico que una princesa seguramente vería de reojo, un chico popular en toda la extensión de la palabra. Se estaban besando, su propia boca tembló al ver la escena, sin preocuparse de que les vieran, desprendidos de toda vergüenza, plácida y complaciente Pamhela y ese sujeto se besaban entre risitas cómplices, se divertían con el resto de sus amigos, una diversión a la que era completamente ajeno.
Si poderse mover, les miró y les miró, escuchó cada palabra que salía de sus bocas, la forma en que se dirigían a sus sirvientas, los juegos que hacían cambiando de parejas, girando una botella, soplando al oído de su rival, ofreciendo la mano, dando un cálido beso en la mejilla, no importaba el género, un juego después de todo.
Pamhela estaba extasiada, libre de un peso enorme que amenazaba con aplastar su cordura, los chicos se tienen que divertir y sin esa cadena a sus espaldas, podía vivir la vida que siempre había soñado.
La lluvia empezó a caer, aumentando su intensidad con el paso de los minutos, los truenos, los relámpagos danzaban en el cielo distrayendo su amena reunión, el instante que ella le vio hizo que tirara su taza de porcelana, que en mil pedazos se reventó antes de que la sirvienta pudiera hacer nada para evitarlo.
-¿Sucede algo? Le preguntó su acompañante, la sirvienta se aproximó a la ventana que fue agitada con violencia por el viento, prendió la luz elevando una vara que iluminó con un brillo amarillento el exterior.
-No, nada, regresando lentamente a su asiento se quedó mirando al exterior, lo que hizo que gradualmente todos se callaran, incluso los músicos. Nerviosa pareció palidecer. Su cara fue adquiriendo una expresión terriblemente enojada e indignada.
-¡Ese mocoso maldito! Dicho esto se levantó asustando a su corte y de un portazo salió al exterior a paso marcial, dirigiendo sus esfuerzos a los aposentos reales, a donde se metió para buscarle, pero al abrir la puerta de cuarto y ante el asombro de los guardias, no se encontraba.
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Palacete de la Corte real
La vida demostraba jugarle una mala pasada al joven león, no conocía a esa gente en absoluto, la corte que cada semana se reunía a la mesa del rey, era rígida e impaciente en su presencia, un lugar dado a las malas caras del rey, sus disgustos, sus discusiones con su hermano adoptivo, el príncipe Tygra.
Pero esa noche reían, el rey, su hermano y amigos, los señores feudales y sirvientes, todos reían, Lynxana y el Conde, el alcohólico padre de Pamhela que miraba sin decoro a una joven mucama, que hizo de la vergüenza de una chica un tema de comidilla del que todos, incluso el rey participaban.
La madre de Pamhela estaba cerca del rey Claudus, sentada a su derecha, demasiado cerca, quien afirmaba con la cabeza a lo que ella decía, no había rigidez alguna en su rostro, era lo contrario, ambos hacían cosas que él nunca esperaría de la mujer de alguien sentado a unos pocos asientos de ellos, la manera en que acercaba sus manos, que cerraba sus ojos y abrían sus bocas en una guerra de flirteos.
Tygra no prestaba atención ignorando lo evidente, era el rey después de todo, pero Lion-O temblaba en cólera, no era únicamente la inmisericorde lluvia que hizo que los guardias se retiraran a las protegidas almenas sobre los accesos a palacio, sentía una indignación auténtica, una vergüenza más allá de lo conocido.
Se limitó a observar, a su padre con la mirada, intentando entender aquello a lo que toda su vida había sido ciego, él rey fue el primero en levantarse, todos ya lo sabían, incluso el esposo de esa mujer, que daba ala ancha a su oficioso vicio manoseando a la impotente joven, Tygra siguió con sus amigos, retirándose a su cuartel al hacer la reverencia al rey que le felicitó por su desempeño en la academia militar, la madre de Pamhela desapareció.
Los gemidos de una mujer eran algo completamente desconocido para Lion-O, pero no había placer en ello o inquietud, ningún misterio en absoluto de su temprana adolescencia despertó, era el dolor de la mentira, de aquellas cosas que lo cambiaron todo, que rompieron su idea de lo real.
Era impotente ante lo que vio y escuchó, a las nuevas experiencias de un mundo al cual había estado ciego, viviendo una ficción de nobles caballeros, reyes de gestas interminables, con rectitud y rigor, eran personas después de todo, pero Lion-O no escuchaba sus propias razones.
Salida de la nada, Pamhela le jaló con fuerza para protestar creyendo que él intentaba acusarle con su padre, él no se movió, ella gritaba y pataleaba sin que atinara a entender de qué se quejaba, Lion-O movió el brazo y de un fuerte movimiento plantó su palma en el rostro de la felina, que se derrumbó al suelo mojado con total asombro.
Con el ajetreo, los guardias por fin despertaron haciéndose de la vista gorda, Pamhela estaba en el suelo de la duela donde el “pequeño rey” como muchos le decían, estaba parado frente a la puerta de las habitaciones del verdadero gobernante de Thundera. El clérigo Jaga y el general Lynx-O llegaron a su lado alarmados.
La madre de Pamhela con su bata blanca y casi transparente revelando su desnudez, apareció primero, se escuchó el ruido de su tráquea pasando la saliva, no supo por quien lo hacía, si por su hija que no parecía ajena al suceso o al chico con una espeluznante mirada fija en su cara.
El rey al que únicamente le dio tiempo a acomodarse los pantalonillos, mostrando su enorme abdomen, salió después. Un simple gesto bastó para que todos sin excepción se retirasen del lugar, pero Lion-O estaba firmemente erguido, pese a su ropa mojada, pese al enojo que presionaba su corazón convulsivamente.
-Escucha pequeño… Lion-O apartó la mano del rey de un golpe de su mano.
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Los días pasaron y Lion-O que fue llevado a un cuarto sin ventanas, pasó su tiempo recluido cuando se abalanzó contra el rey para atacarle, para lavar una ofensa demasiado grande.
“Lo que está hecho, está hecho.” Fue la respuesta de su padre luego de abofetearle, no había motivo para llorar, ni para estar triste, su cara no atinaba a formar una expresión.
Sobrevivió los días posteriores como un mero milagro, su salud se vino abajo y su mirada que era deprimida en un principio, pasó a una completamente hundida con ojeras oscuras muy marcadas en sus cuencas, cuyos ojos no se dirigían a ningún punto en particular.
Fue bastante extraño, porque cuando Pamhela le visitó -lo que no hizo en todo ese tiempo- no hubo alegría o sosiego a su corazón, ella dijo algo, no recordaba qué, para él no había excepciones, era como si ella no se diera cuenta del cambio que había provocado por sus crueles palabras y actitudes.
La única respuesta que encontró, fue la única posible; él intentó estrangularle con sus débiles manos, tirándola al piso.
“¡Voy a matarte mestiza de mierda! ¡Voy a matarte!” Repetía encima de la chica que le daba de puñetazos en la cara, cuando Jaga intervino para separarlos, él estaba convulsionándose en un charco de sangre.
La noticia de que el joven rey estaba agonizando dio un duro revés al propio rey, cuya posición con un heredero débil, no se sostenía salvo por una espada, pues la corte real no se componía de señores feudales lo suficientemente representativos y esto demostró lo vulnerable que era a una sublevación para imponer a otro rey o un nuevo heredero, aunque sin Grune a la vista, los rivales populares entre el populacho no abundaban.
Desde luego su vida personal tampoco pasaba por un buen momento, de molestarse con la sola presencia del chico, ahora era este quien se negaba a recibirle, si le obligaban, las cosas eran mucho peores y debido a que su débil corazón no parecía soportar ese estrés, el rey, humillado en su propio orgullo, esperaba fuera, sentado en una banca de madera hecha para los sirvientes, quienes debían esperar la salida de sus amos por la mañana.
Lion-O se quedaba con su hermano en su cuarto, la única persona que parecía tolerar, quien descansaba sus piernas sobre un respaldo a lado cama destinado para ese propósito, leyendo en su silla sin perturbarle demasiado, por lo general el chico era muy parlanchín y vivaracho, hasta el punto de fastidio, pero en todas esas horas despierto, no dijo una sola palabra.
Vomitaba continuamente la comida, ya en un punto en la que los médicos de la corte no veían futuro en su salvación, el viejo Jaga no se rindió y eso únicamente alargó su sufrimiento. Jaga desaconsejó la estancia de su hermano, el pequeño príncipe parecía ajeno al mundo y eso no ayudaba a la salud de ambos.
Al salir a despedir el regimiento del general de generales Lynx-O, de viva voz pudo apreciar el sepulcral silencio en todo el reino, Tygra que no parecía dispuesto a aceptar lo que pasaba, intentó justificarlo como una actuación más de su atolondrado hermano, sentía mucha preocupación por su padre, pero el rey le instó de manera vehemente a que se fuera con el general.
Claudus nunca le dijo la verdad, de que la verdadera razón de enviarle lejos, era para que el ejército regular le protegiera en caso de que su hermano muriese y se desatara una sublevación generalizada.
Para su alivio, el fatal desenlace que todos esperaban no ocurrió y el joven león salvó la vida por los esfuerzos de su clérigo, quien milagrosamente mantuvo su vida, aferrándose hasta el último aliento del muchacho, él pareció mejorar su humor, mostrando una tímida risa.
Muchas caras -la mayoría- se veían relajadas de que no pasara de un susto, de un bando u de otro, si una sangrienta sucesión se desataba, nadie estaría a salvo, y en el proceso de elegir un bando definitivo, habría perdedores y ganadores, no había ninguna garantía de ganar y el alivio recorrió sus pulmones.
El intento de suicidio del pequeño príncipe sucedió no muchos días después, cuando la luz menguaba y la vigilancia se relajaba. No hubo ningún melodrama, Lion-O se arrojó de lo alto de una torre, estaba arrepentido un instante después de saltar, porque se dio cuenta que en verdad no deseaba morir, conforme descendía las lágrimas se apoderaron de él y supo que se había equivocado nuevamente.
Para el guardia que le vio arrojarse desde una de las torres, el horror en su rostro era indescriptible, fue quien llamó la atención al rey que ya le buscaba. Temiendo lo peor, el rey corrió presa de una angustia de padre que raramente le mostraba a su hijo, llegando al patio norte seguido de Jaga y la guardia de palacio.
Cruzaron la verja, mientras Jaga con los ojos totalmente desubicados, era incapaz de correr a gran velocidad, arrepentido de haber perdido de vista al chico, definitivamente no quería ser el primero en verle.
Pero eso que parecía ser un fatídico día, adornado por la tragedia de los odios de un pasado que no desaparecía, allí encontraron al chico que intentaba levantarse, sin daño aparente.
-¡Hijo mío! Claudus abrazó al pequeño que tenía una mirada perdida pero tranquila.
-¡¿Príncipe?! ¿qué ha sucedido? ¡¿Te has lastimado?! Jaga casi gimoteó al borde de las lágrimas.
-Me salvó. Dijo con una voz que se fue cortando hasta las lágrimas. Su padre recorría con sus manos la cabeza del chico.
-¿Quién? ¿cómo?
-Fue… un ángel, un ángel me ha salvado la vida. Y sin dejar de sonreír, por fin pudo conciliar el sueño, envuelto en una nueva fantasía, lleno de dicha.
-¿Qué tienes en la mano Jaga? El viejo clérigo mostró al rey una pluma blanca, de un cuerpo largo y grueso, que no parecía pertenecer a nada de lo que ninguno de los dos hubiese visto antes y eso les llamó poderosamente la atención.
Jaga y Claudus miraron a lo alto de la torre y se maravillaron de un suceso demasiado irreal para ser cierto y aunque Jaga no dejó de interesarse en ello, el tema quedó como un tabú, que el mismo Lion-O pareció olvidar rápidamente.
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Con el transcurso de los días su humor fue dando paso a su habitual estado natural; risueño y feliz, jugaba con ese extraño felino que días después apareció mágicamente rascando a su puerta, por mucho que intentaron separarlos, ambos se habían vuelto como uña y carne, era tan alegre que el chico pareció olvidarse de todo aquello que le había atormentado esas semanas, regresando a su anterior rutina que dejó satisfecho a su padre, quien mandó a desmontar las torres que rodeaban palacio, expandiendo aún más un patio lleno de rosas.
De Pamhela poco o nada volvió a saber, su madre rompió el acuerdo matrimonial con su esposo y tomaron caminos separados, no intentó averiguar cual, ella había dejado de existir para él, como cada aspecto relacionado a su memoria.
Si bien las cosas no empeoraron en el corto plazo, lo cierto era que la relación de Lion-O con su padre se había fracturado de una manera sutil, pero radical, el príncipe ya no peleaba por ser aceptado, los insultos e indirectas que le lanzaban en la corte o los habitantes del reino las ignoraban.
De la noche a la mañana se volvió alguien terriblemente introvertido, no tenía amigos, ni intentaba buscarlos, no se aparecía en ningún evento público, ni molestaba con su presencia las reuniones del rey con la corte, las nuevas candidatas apenas le conocían, si le esperaban con sus padres a la entrada del recinto, él desaparecía y regresaba cuando ya se hubiesen marchado.
Sus aficiones por la tecnología comenzaron no mucho tiempo después, llenando su cuarto de dibujos extraños. Si por orden del rey requisaban lo que tuviera en sus inventarios, todo desaparecía como por arte de magia tras una pared falsa que años antes había descubierto.
El rey Claudus vio que su hijo biológico era desatendido y ocioso, no volvió a mostrarle el afecto que él siempre rechazaba. Se tomó más enserio aquellas clases que Claudus odiaba que tomase, ajenas a las tradiciones de los reyes, él no iba a ser arquitecto o ministro de finanzas, cónsul o negociador, sino un rey y eso fue la fuente de sus conflictos en los años venideros y una fuente de dolores de cabeza para su padre y hermano.
Y es que aquellas cosas que lo cambiaban todo, aquellas cosas que reescribían la historia de la noche a la mañana, ya no se podían dejar atrás, y pese al dolor o las risas, las rencillas y las reconciliaciones, las distancias se mantienen, como una regla inexpugnable que separa los corazones trascendiendo el tiempo en maneras indeterminadas y misteriosas, recordándonos que no hay segundas oportunidades, y aunque volvamos sobre nuestros pasos, esa huellas permanecen marcadas indelebles, no importando cuando nos esforcemos en desdibujarlas, como una muda prueba de que estuvimos allí y no nos hemos ido del todo.
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Semanas después de la caída de Avista
1 DCT (Después de la caída de Thundera)
El tanque felino sacaba humo y en los esfuerzos por apagarlo, los avisitianos lanzaron una espuma blanca en inodora que apagó el fuego, de cualquier manera el daño estaba hecho, un enorme boquete apareció en la superficie del tanque.
Se escuchaba como si el interior fuese golpeado por pequeñas piedritas.
Panthro y Ro-Bear-Bill se rompían la cabeza gritándole al consejero Horus por la mala calidad de Thundrillium, Lion-O no sabía por qué hacían tanto escándalo por un tanque que nunca había dado muestras de haber funcionado, las aleaciones del motor no soportaban las enormes temperaturas que el thundrillium sucio generaba, y sin una caldera que soportase el proceso de conversión a vapor, él tanque se iba derritiendo poco a poco hasta quedar sólidamente unido el metal al combustible, que con el frió se endurecía casi instantáneamente formando una dura roca de aspecto cristalino.
Estaba bastante deprimido, así que siguió en su lugar con las cabezas de Wily Kit y Wily Kat entumeciendo sus rodillas. Cheetara en cambio retozaba al lado de Tygra sin preocuparse demasiado por el contratiempo, de cualquier manera podía correr a gran velocidad y en su estado actual no le sería difícil llegar primero.
Cheetara le miró cerrando los ojos en un gesto amable, él sólo bajo la vista y cerró sus ojos, quedándose dormido unos instantes después sin un gesto de cortesía hacia la clérigo. Para cuando Snarf le mordió la mano exigiendo comida, apenas terminaba la madrugada, en el cielo ya se veía el brillo de la segunda luna que anunciaba con su paso el despuntar de la mañana.
Cargó a los dos felinos en sus hombros y los dejó caer sobre su capa que se desabrochó para formar un improvisado cobertor que les protegía de la humedad del suelo.
Cargó a los dos felinos en sus hombros y los dejó caer sobre su capa que se desabrochó para formar un improvisado cobertor que les protegía de la humedad del suelo.
El alimento de Snarf era muy variado, evitaba darle sobre todo frutas dulces, porque provocaban urticaria y si eso ocurría no dejaba de maullar y chillar durante horas.
-Vamos a tener que ir en esas naves de los lagartos. Cheetara habló con su usual tono calmado, sin inquietarse por el desaire del chico, que frotándose la nariz respondió con un cabeceo, bostezando y flexionado su cuerpo.
-Deberíamos dejar a los niños, dijo Panthro que en sus manos llevaba parte de la suspensión del tanque, Lion-O le señaló con el dedo uno de los costados que se había derretido con el calor, eso enfureció más a la pantera que lo tiró al piso.
-Yo… Aaahhh, estoy… dentro. Wily Kat alzó el pulgar.
-Yooo, ahummm, igual, le secundó su hermana. Lion-O sin responder y quitando a Snarf el cazo vació de comida, levantó a los pequeños, siguiendo al improvisado embarcadero montado sobre una trinchera.
-Esto no será un viaje de campo, si quieren ir deberían dejar de hacer el tonto, dijo Tygra, que usualmente no se metía con los pequeños.
-Tú sólo quieres probar ese rifle. Panthro, frustrado, hizo una mueca, no le gustaba volar y había hecho lo imposible por evitarlo.
-Si acabo con unos cuantos lagartos y te salvo el pellejo, no te quejaras tanto panterita.
-¡Madura!
Lion-O se puso la vieja armadura de su padre, de cuando este era un adolescente unos años más joven que él, era increíble que un día entrara en esa armadura tan pequeña para su enorme cuerpo. Pasó sus dedos por donde un boquete se había marcado con la esquirla de una explosión. Rascó la superficie, pero no se sentía, era un trabajo de restauración asombroso.
-¿Vas a dejar la espada? Vaya que te has vuelto confiado, dijo Tygra. Lion-O pasó sus manos por el cinto de sus pantaloncillos, era verdad, no llevaba la espada, debía haberla dejado en algún lugar que no recordaba, hasta que se dio cuenta que la había metido en su bolsa de viaje.
Su mandíbula temblaba de sólo pensar en tocarla o llevarla al cinto, y descubrió que su respiración se aceleraba, ¿por qué temblaba? Era la misma espada de siempre, era su cuerpo el que reaccionaba así. Se tomó de las manos intentando relajarse a sí mismo, temblaba de los pies a la cabeza, una reacción inesperada, sentía miedo de su propia espada.
-¿Pasa algo? Con la mirada de todos puestas en él, Lion-O se volvió para ver el rostro de Cheetara que se recarga sobre su espalda, colocando su mano sobre su hombro, Tygra puso una cara contrariada, pero fue Lion-O quien tuvo el comportamiento más anómalo, pues se quitó la mano de Cheetara con suma agresividad, y sacando la espada de su bolsa, se apartó de la clérigo dedicándole una mirada llena de desagrado.
-¡No! No pasa… nada. Dejando atrás a Cheetara con una expresión llena de desconcierto, el joven rey león caminó seguido por su mascota sin detenerse a reflexionar su comportamiento.
-Dale su espacio, Pumyra ha sido una mala experiencia que ha sacado muchas cosas malas a la superficie, dijo la pantera que sin una mala intención le recordó a Cheetara la situación de las cosas, y sin imaginar lo mucho que cambiarían o que tan lejos llegarían, tenían que seguir adelante, siempre adelante, aventurándose nuevamente en esos oscuros bosques que rodeaban una extraña ciudad, a orillas de un interminable desierto, un ciudad venida del cielo, una historia por demás estrafalaria, si no es porque ellos la convertirían en su hogar y refugio en los meses venideros, de una gesta que se debatiría en los libros de historia como un mero mito de ficción y en eso se habían convertido, en leyenda.
Fin parte 1 de 5